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“Imágenes audiovisuales del patrimonio”: Crónica de la sesión 8

La última sesión del encuentro “IMÁGENES AUDIOVISUALES DEL PATRIMONIO” también contó con dos investigadores integrantes del Grupo de Investigación HUM-1026 «IMAGEN Y MEMORIA: miradas transversales entre la Historia y los Medios Audiovisuales”. “EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO EN EL CINE: EL CASO DE LA CIUDAD DE ROMA” (viernes 30 de agosto, 12:00 – 14:30) fue impartida por los doctores Miguel Dávila Vargas-Machuca (Universidad Internacional de Andalucía), y Óscar Lapeña Marchena (Universidad de Cádiz), este último investigador principal del Grupo HUM-1026 y coordinador del propio encuentro.

Miguel Dávila Vargas-Machuca comenzó la sesión abordando desde una perspectiva general la representación del patrimonio arqueológico en el Cine, partiendo de una introducción teórica para definir el patrimonio arqueológico y planteando varias formas de acercarse al tema. La primera fue la plasmación del trabajo arqueológico en la pantalla, con diversos ejemplos como: The Mummy (La Momia, Karl Freund, 1932), marcando una imagen prototípica del arqueólogo; Sphinx (La esfinge, Franklin J. Schaffner, 1981), que retrataba diversos aspectos interesantes sobre el tema; Raiders of the Lost Ark (En busca del Arca Perdida, Steven Spielberg, 1981), que acuñó la imagen del arquéologo-aventurero y trató la pseudoarqueología nazi; El tesoro (Antonio Mercero, 1988), que presenta las dificultades del trabajo en un entorno hostil; o Altamira (Hugh Hudson, 2016) como muestra del descubrimiento de las cuevas y de las polémicas suscitadas.

El uso del patrimonio arqueológico como plató debe afrontar condicionantes económicos, de conservación e incluso políticos, que suelen imposibilitar el rodaje en determinados lugares directamente relacionados con el argumento de la película en cuestión. Se suelen buscar entonces otros escenarios afines, como ocurre en Jason and the Argonauts (Jasón y los Argonautas, Don Chaffey, 1963) o The last temptation of Christ (La última tentación de Cristo, Martin Scorsese, 1988). La elección de unas ruinas arqueológicas puede influir también en el propio argumento de la película, por ejemplo añadiendo un contexto decadente en Scipione detto anche l’Africano (Escipión el Africano, Luigi Magni, 1971) o funcionando como detonante de la narración en Viaggio in Italia (Te amaré siempre, Roberto Rossellini, 1954). El uso de sitios arqueológicos como plató también ha influido en el imaginario colectivo mundial, bien como reclamo turístico, como ocurrió tras el rodaje de Indiana Jones and the Last Crusade (Indiana Jones y la última cruzada, Steven Spielberg, 1989) en las ruinas de Petra, o bien como reclamo político-patriótico, con un interesante ejemplo en The 300 Spartans (El león de Esparta, Rudolph Maté, 1962).

En cuanto a las recreaciones y reconstrucciones del patrimonio arqueológico en el Cine, responden a condicionantes similares: escenarios reales desaparecidos, restricciones económicas o políticas para rodar en determinados países o necesidades estéticas. Las posibilidades son enormemente variadas, desde los telones pintados de los inicios del medio, pasando por los monumentales decorados aún en época muda de Cabiria (Giovanni Patrone, 1914) o Intolerance (David W. Griffith, 1916), hasta los conocidísimos sets de grandes superproducciones como The Ten Commandments (Los Diez Mandamientos, Cecil B. DeMille, 1956), Ben-Hur (William Wyler, 1959) o Faraon (Jerzy Kawaterowicz, 1966). La combinación de tecnologías digitales con elementos reales también ha permitido recrear el patrimonio arqueológico, por ejemplo en Ágora (Alejandro Amenábar, 2009) para la Alejandría de la Antigüedad Tardía. E incluso algún elemento del pasado se ha recreado con perspectivas de presente, como ocurre con el Muro de Adriano en cintas como King Arthur (El Rey Arturo, Antoine Fuqua, 2004) o The Eagle (La legión del águila, Kevin MacDonald, 2011). Dávila trató también la destrucción del patrimonio arqueológico por causas bélicas, religiosas o naturales y su retrato en el Cine. Por ejemplo, el famoso prólogo de The exorcist (El exorcista, William Friedkin, 1973), que muestra esculturas del conjunto iraquí de Hatra, algunas de las cuales fueron destruidas por tropas del autodenominado Estado Islámico, o bien Buda az sharm foru rikht / Buda collapsed out of shame (Buda explotó por vergüenza, Hana Makhmalbaf, 2007), que comienza con la tremenda destrucción por los talibanes afganos de los Budas de Bamiyán. Por último, Dávila se refirió al patrimonio arqueológico-fílmico, surgido de alguna película, pero con repercusiones posteriores, destacando el documental Desenterrando Sad Hill (Guillermo de Oliveira, 2017) y su recuperación de un decorado creado en Burgos para Il buono, il brutto, il cattivo (El bueno, el feo y el malo, Sergio Leone, 1966).

A continuación tomó la palabra Óscar Lapeña Marchena para centrarse en la imagen cinematográfica del patrimonio arqueológico de Roma, que se caracteriza por un entramado de estratos que abarcan casi tres mil años. Uno de ellos es el estrato cinematográfico, que ha escrito, descrito, reescrito, inmortalizado, mitificado y desmitificado la ciudad, haciendo difícil diferenciar entre la realidad histórica y su representación fílmica. Es una muestra más de que la presencia y la pervivencia del patrimonio de la Antigua Roma se ha transmitido a lo largo del tiempo de muy diversas formas. Lapeña planteó algunos precedentes en la relación entre la imagen y el patrimonio de Roma, empezando por la importancia de las guías y el material asociado a la experiencia artística del Grand Tour, así como las primeras grandes imágenes de la ciudad, como los grabados de Piranesi o la pintura panorámica de Pierre Prévost. El patrimonio arqueológico de Roma es parte de su vida diaria, un elemento indispensable para entender su identidad urbana y cultural. Además, Roma es una ciudad palimpsesto porque muchos de los monumentos antiguos han llegado hasta nosotros con transformaciones y cambios de uso, como el Panteón de Agripa, el Mausoleo de Adriano, el Estadio de Domiciano o las Termas de Diocleciano. También hay muchos vestigios de la Roma Antigua que conviven con restos menos humanizados y con otros intentos de reconstruir el pasado, como la Via Apia o los acueductos como lugares de paseo, los obeliscos traídos de Egipto, los arcos de triunfo, las columnas, el Ara Pacis Augustae, el Mausoleo de Augusto, los Foros, el Teatro Marcelo, el mismísimo Coliseo; incluso pueden citarse monumentos contemporáneos que reinterpretan a los antiguos, como Il Vittoriano o el Palazzo della Civiltá e il Lavoro.

La representación cinematográfica del patrimonio arqueológico de Roma se inicia con los noticiarios Lumière, que dejan entrever algunos monumentos conocidos. A partir de entonces el Cine es testigo de los cambios en la relación de la ciudad con su legado patrimonial, que muchas veces es un personaje más de la trama, excepto en el denominado “cine de postal”, que generaliza y consolida una visión del patrimonio en la que el espectador se convierte en turista y el turista reafirma lo que ha visto en la pantalla. Esta forma de mostrar Roma se asocia a las comedias románticas de los años 50, cuyos títulos de crédito suelen mostrar lugares turísticos emblemáticos y una ciudad idílica, siempre soleada y veraniega. Los ejemplos son muy numerosos y ayudan a mantener hasta nuestros días los tópicos turísticos relacionados con el patrimonio, desde Roman holiday (Vacaciones en Roma, William Wyler, 1953) o Three coins in the fountain (Creemos en el amor, Jean Negulesco, 1954) hasta las más actuales Angels & Demons (Ángeles y Demonios, Ron Howard, 2009) o To Rome with Love (A Roma con amor, Woody Allen, 2012).

En contraposición al cine de postal, desde finales de la década de 1950 empiezan a aparecer miradas más realistas sobre el legado patrimonial de Roma, de la mano de directores como Pasolini o Fellini. El patrimonio deja de ser un mero decorado y aparecen elementos de la periferia, como los acueductos que en 1998 se convertirían en el Parco Degli Acquedotti, inmortalizados en películas como Mamma Roma (Pier Paolo Pasolini, 1960) o La Dolce Vita (Federico Fellini, 1960). El emblemático Anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo, es el elemento que domina simbólicamente la ciudad, y el Cine va a recuperarlo de muchas maneras, en ocasiones asociado a problemas de la ciudad como la decadencia, la corrupción o el espectáculo, a través de numerosos títulos como la comedia Totò cerca casa (Totó busca piso, Mario Monicelli & Steno, 1949), la cinta fantástica 20 Million Miles to Earth (A 20 millones de millas de la Tierra, Nathan Juran, 1957), la de artes marciales Meng long guo jiang (El furor del dragón, Bruce Lee, 1972) o el drama La grande belleza (La gran belleza, Paolo Sorrentino, 2013). Lapeña cerraba la sesión recapitulando lo expuesto y con algunas conclusiones, entre las que destacó la idea de que en la pantalla conviven diversas lecturas del patrimonio cultural, artístico e ideológico de la antigua Roma.

El encuentro “IMÁGENES AUDIOVISUALES DEL PATRIMONIO” ha sido una actividad académica organizada por la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) en su Sede Antonio Machado de Baeza (Jaén) y celebrada los días 28, 29 y 30 de agosto de 2019. El encuentro, coordinado precisamente por el último ponente, Óscar Lapeña Marchena, contó con la colaboración del Grupo de Investigación HUM-1026 «IMAGEN Y MEMORIA: miradas transversales entre la Historia y los Medios Audiovisuales”, del que él es el investigador responsable, y de la empresa Patrimonio Inteligente.

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